Te pido que no me toques...

A los argentinos nos gusta estar cerca. Esto está comprobado científicamente. Un estudio realizado por investigadores de más de 59 universidades del mundo sobre el ‘espacio personal’ en distintas culturas y publicado en el Journal of Cross-Cultural Psychology en 2017, determinó que los argentinos somos los que más cómodos nos sentimos con la cercanía física.
Un argentino, dice el estudio, se anima a acercar su cuerpo al de un extraño tanto como un canadiense solo se acerca a su pareja. Sí, así de cerca nos ponemos los argentinos. Porque crecimos con el contacto físico, el roce, los besos y los abrazos.
Pero no somos los únicos en el mundo que creemos que el contacto es bueno.
Por ejemplo: los argentinos nos saludamos con un beso en la mejilla, los españoles se dan dos y los franceses, tres. Los norteamericanos, que tienen fama de fríos, se tocan para saludarse: se dan la mano. Y cuando asumió el presidente Donald Trump, un abrazo que le dio Michelle Obama al expresidente George W. Bush causó sensación. Se dijo que era una muestra de que, a pesar de la gran polarización del país, en la política norteamericana todavía había buenas intenciones.
El contacto físico siempre fue sinónimo de algo bueno. De hecho, está comprobado que genera confianza y afianza las relaciones. No hay nada como poder estrechar una mano o mirar a alguien a los ojos para sentir que lo conocemos mejor.
Pero de pronto, al despuntar el 2020, ya no pudimos tocarnos más. De un día para el otro, todos los besos se convirtieron en los de la mujer araña: amenazan con envolverte y ahogarte. Verse en persona, darse la mano, abrazarse – especialmente con los extraños - está prohibido.
Es posible, incluso, que la necesidad de guardar las distancias dure más que la crisis: la costumbre de darse la mano puede tener que cambiar para siempre, dijo hace poco el líder de la respuesta norteamericana a la crisis sanitaria, el doctor Anthony Fauci.
El Covid-19 nos separó brutalmente. Tan poco nos dejan tocarnos hoy que lo único que podemos chocar son los codos. Aburridísimo.
Lo que antes era bueno, ahora es malo; tan malo que puede matarnos. Pero, en el fondo tuvimos suerte. Estamos en la era digital y gracias a la tecnología, estamos todos hiperconectados. Nos volcamos entonces a espacios virtuales para vernos y hablarnos.
Parece que el contacto no era tan vital como creíamos, entonces. Y, sin embargo, durante años, el marketing, las empresas y los políticos nos vendieron la idea de que lo importante era poder estar cerca, tocarse, abrazarse. Las publicidades de los productos más diversos recurrían al contacto físico para emocionar: los amigos abrazándose en el bar vendían cerveza Quilmes, una pareja seduciéndose promovía un BMW. Los políticos -incluso los que adoptaron las redes como Trump o el ex presidente argentino Mauricio Macri- privilegiaban los discursos ante multitudes y las visitas a los hogares y los negocios de los votantes. Hasta Amazon empezó a abrir locales.
Pero la pandemia nos ha mostrado una realidad. Se acabó la discusión de si la tecnología ayuda o no, si es buena o mala. La tecnología nos ayudó a sobrevivir. Es el primer remedio al COVID-19 y nos salvó la vida. Descubrimos que teníamos algo mucho más profundo que el contacto físico: la conexión. En la vida, como en los negocios, el contacto (físico o digital) es apenas el primer paso; debajo del mero contacto, hay una capa mucho más profunda. Se trata de saber y querer establecer una verdadera conexión, auténtica y humana. Esta lección es la gran ganancia de la pandemia.
Sergio Roitberg es publicista y empresario. CEO de Newlink.

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