Horacio Altuna, el adiós a Clarín de una leyenda

Horacio Altuna

El adiós a Clarín de una leyenda

CÉSARO DE LUCA
Con sus entrañables criaturas. Horacio Altuna sonríe en su estudio de Cataluña.


Si quisiera, Horacio Altuna podría ver en vivo gente desnuda todo el tiempo. Y desde el balcón, sin moverse de su casa de Sitges, donde vive desde que se fue de la Argentina, en 1982.

A poco más de media hora de auto de Barcelona, pegadito al puerto deportivo de Aiguadolç y de frente a la porción de Mediterráneo que en estas costas catalanas es el mar de las Baleares, Altuna tiene un cómplice que le muestra todo lo que sucede en la cala Dels Balmins, una de las playas nudistas más pobladas de Sitges: el ventanal del estudio en el que trabaja y donde acaba de dar los últimos retoques, primero con fibras de trazo grueso y fino y luego en el iPad, a la última tira de Es lo que hay (Reality), la historieta que publicó en Clarín desde septiembre de 2010.


Con apenas 81, Altuna decidió poner fin, no a la maquinaria creativa, sino a las fechas de entrega que marcaron el ritmo de sus días desde hace casi cinco décadas, aunque con intervalos, en la contratapa de Clarín.


“Toda mi vida está vinculada al diario.


Empecé en el ’75, cuando con Carlos Trillo hacíamos El Loco Chávez y me fui en el ’87, cuando terminamos la tira. Después volví en los ’90, con El Nene Montanaro, y me fui con el corralito. Ahora hace más de 10 años que estoy con los Volatti (los protagonistas de Es lo que hay)”, repasa.


-El 31 de agosto se despidió de la contratapa de Clarín con un “Gracias” rodeado de nombres propios, algunos conocidos como Quino, Caloi, Oesterheld…


-Es un grafiti alrededor de la palabra “Gracias” con toda la gente que me ha ayudado, mis maestros, mi familia, mis amigos. Ahí están (Héctor) Oesterheld, que como guionista es el fundador de la historieta moderna en el mundo, y Carlos Trillo, el más grande guionista que tuvo Argentina después de Oesterheld. Yo aprendí muchísimo al lado de él como guionista y digo que él habrá aprendido algo de mí en cuanto a narración gráfica. Con Trillo no tuve nunca nada escrito. Era todo hablado. Y con (Hernán) Casciari (creador de Revista Orsai en la que Altuna colabora) me pasa lo mismo. Pero es duro despedirse.


-¿Qué lo llevó a tomar la decisión?


-Primero, la edad. Ya no produzco lo mismo. Cuando vine a vivir a España hacía la tira más guiones y otras historias. Ahora sólo puedo hacer la tira porque no tengo resto. Otro motivo es el cansancio. Nunca deje de hacer tiras. Cuando me fui de Clarín hacía una en El Periódico de Cataluña. Es un ejercicio de 45 años en los que hice 15 páginas por mes. Ya está. Además quiero escribir y no tener un contrato ni una fecha de entrega.


-¿La historieta goza de buena salud?


-El universo de la historieta ha cambiado. Porque ahora el manga (la historieta japonesa) ocupa el 80% del mercado. Es lo que más se vende.


-¿Acaso estar en la contratapa de un diario nacional no es una vidriera lo suficientemente poderosa o el destino de una historieta está ligado a la crisis de los diarios en papel?


-Cuando salía El Loco Chávez, los que estábamos en la última página estábamos en una vidriera espectacular. El diario tiraba 400 mil ejemplares todos los días y los que estábamos en aquella época, tipos geniales como Caloi, Fontanarrosa, Tabaré, Bróccoli, tuvimos esa repercusión. La televisión era chiquitita. No estaba internet. Había muchas revistas que publicaban cómic. Se nos pagaba mucho mejor. Había para elegir. Ahora no. Eso se acabó.


- Pero el universo del cómic es rico. -El lector tiene una visión del universo del cómic diferente porque tiene muchas posibilidades de elegir, pero para los autores está difícil. Porque hay pocas editoriales. No es que haya pocas, en realidad. Sino que las que hay pagan mal. A veces porque no quieren pagar más y otras veces porque no tienen resto económico. Entonces tenés que deslocalizarte. Tenés que trabajar para Francia, para EE.UU. o para otros países para poder vivir de esto. Pero para los lectores es fantástico porque hay mucha oferta.


-¿Y cómo afecta el desembarco de la inteligencia artificial en un rubro con tanto sello personal?


-La inteligencia artificial está y no podemos oponernos. Es inútil. Es como oponerse a internet. La tecnología avanza y modifica formas de vida laboral que estaban establecidas y yo, que conozco al monstruo desde sus entrañas, sé que la inteligencia artificial les facilita muchas cosas a muchos editores. No tener que firmar contrato con un tipo al que le tiene que pagar cada seis meses derechos de autor, a la mayoría de los editores que yo conozco, les va a gustar.


-¿Hay una inteligencia artificial capaz de reproducir sus mismos trazos de Pampita, por ejemplo?


-No lo sé. Ojalá que no. Pero creo que si se carga adecuadamente la información y los input que llevan a hacer un producto, lo pueden hacer. El próximo Premio Planeta va a ser una escritor de inteligencia artificial. Lo digo en broma, pero está previsto.


-¿Cree que no se mantendrá ese aspecto único y artesanal de la mano del hombre cuando dibuja?


-Eso se va a mantener, pero va a tener otros canales. Posiblemente el humor sea lo único que la inteligencia artificial no podrá reproducir. ¿Qué máquina reemplaza a Tute, a Maitena? Tal vez el humor es lo único que quede a salvo. Desafío a alguien que maneje la inteligencia artificial a que haga el humor de Fontanarrosa. Por el momento, es imposible.


-Usted suele definir a la historieta como una forma de expresión. ¿Qué la hace única?


-Depende de quién la haga. El cine y el cómic nacieron juntos. El cine se desarrolló como industria. El cómic, no. Trillo, decía: “El cómic atrasa”. No va con el tiempo que vive. Y es la verdad.


-¿En qué sentido?


-Si te ponés a pensar, en cine se abordaron todas las temáticas posibles, todas las ideas, las religiones, los estilos, la política. Todo, todo, todo. El cómic, durante 50 años, fue una lectura infanto-juvenil, dirigida a adolescentes o preadolescentes. O a la familia. El cómic, en general, está considerado un arte menor. No está dentro de las artes oficiales.


-Pero Las puertitas del señor López, la tira que hizo con Trillo entre 1979 y 1982, llegó al cine. ¿Qué le pareció?


-Ni a mí ni a Trillo nos gustó el final. Porque es un final feliz y López no puede tener un final feliz. No tiene por qué irle bien a un tipo que es pusilánime, cobarde, se deja basurear y trata de huir todo el tiempo.


-En una sociedad como la nuestra, castigada y con tantos altibajos, ¿el humor y la ironía de sus tiras siempre se decodificaron tal como usted esperaba?


-En general, sí. Uno tira botellas al mar y espera que el mensaje lo recojan y lean tal como uno lo hizo pero puede que no, que se interprete mal. Hace un mes y medio tuve un conflicto muy serio que me sorprendió. A lo mejor sale de un error mío de narración. La gente pensó que yo decía una cosa y yo decía otra.


Altuna se refiere al episodio de Es lo que hay en el que un personaje de dudosa reputación comenta a otro: “Soy ñoqui... Estoy en el Conicet”. La referencia ofendió a buena parte de la comunidad científica y Altuna recibió críticas e insultos en las redes.


“En mi tira Es lo que hay, un personaje, que es un rata, anda con guita y dice tenerla porque ‘es docente, ñoqui, del Conicet’, es una enumeración irónica. En otra tira argumenta que la ganó en el Merval como broker. Son incongruencias viniendo y conociendo al personaje”, se excusó el historietista. “Lamentó si me equivoqué en la narración”, agregó.


-También coincide con que ironizó sobre un tema de preocupación social por la intención del candidato a presidente Javier Milei de cerrar el Conicet, si gana las elecciones.


-Sí, pero me sorprendí de que la gente pensara que yo decía que en el Conicet son todos ñoquis. A partir de los tuits que recibí en apoyo a esa misma idea, tuve ideas que no comparto. Yo no puedo estar en contra del Conicet. Tengo amigos adentro del Conicet que me llamaron. Y tuve largas charlas con presidencia del Conicet y llegamos a la conclusión de que teníamos que bajar los decibeles. Pedí disculpas diciendo que me habían interpretado mal o que yo no había sabido explicarme y que valoraba el trabajo del Conicet. Pero eso no sirvió. Me seguía felicitando gente con la que no compartiría ideas políticas. Yo soy un zurdito moderado, no comunista. Pero el enojo forma parte de la época también. Los ofendiditos de todos los días. Forma parte también de cómo se van limitando las libertades.


-¿ Y el humor cambió?


-Sí. Antes, uno podía hacer chistes de judíos, de árabes, de gitanos. Ahora, no. Antes se podía bromear con estereotipos. De suegras, de ciegos, de inválidos. Ahora no. Si uno agarra las historietas de Quino, que además de un genio era un santo, un hombre químicamente bueno, y las analiza, ojo, hay cosas que no las podría haber publicado hoy.


-¿Nunca pensó en volver?


-Nunca me he podido ir de Argentina. En mi forma de hablar soy muy argentino. Hace 40 años que vivo acá y no hablo catalán. No soy independentista y a mí nunca me obligaron a hablar en catalán y he sido presidente de la Asociación de Ilustradores de Cataluña. Muchas veces barajé la posibilidad de volver. Mis afectos profundos están allá. Pero sé, por lo que me han contado otros que han vuelto, que lo pasaron mal. Ahora no me animo a un cambio así. Hace 4o años y medio que no voy. En noviembre cumplo 82. Estoy veterano.

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