Sol de mayo
Escribe Julián Stoppello de la Redacción de Entre Ríos Ahora.
Las palomas no avanzan, se ven detenidas como manchas amorfas o piedras flotando en el aire enfermo de la tarde. Están tiesas en el cielo engripado. Si uno se fija con atención, se revelan las redes y la muerte. Los hilos invisibles cubren el ingreso aéreo del edificio estatal para evitar la mierda en el patio y en los pasillos. No hay olor ni mugre, pero ahí están los bichos enredados en la desgracia y el cielo es un pedacito, también, de apocalipsis.
Puedo exagerar. Sucede que mayo es un mes difícil. Pienso que esa percepción viene desde la escuela. Ya habías entrado al año de un envión, estabas rozando la mitad, pero todavía no te acostumbrabas al ritmo, ni al clima, ni a la maestra, ni a la lluvia. Asomaban los exámenes y la semana de Mayo. Las imágenes para recortar de la revista Anteojito. La mañana que amanecía del color de la noche. Ese olor a humedad, las escaleras líquidas, las barandas pegajosas y las manchas amarillas en las paredes del aula.
Mayo tiene un aburrimiento en estado latente que empieza en el sonido de la Y. Lo mejor está atrás o vendrá después, pero no va a suceder en mayo. Tampoco en agosto. Y esa sensación viaja en un espiral desganado, así como es mayo y te deja a un costado, en observación de lo que pasa, pero en una observación llena de juicios odiosos contra las energías atascadas.
La sensación igual, dura hasta que me olvido. O encuentro un sentido y después otro, empiezo a tirar del hilo y va. Sale. En ese período de confusión y palomas muertas en el cielo asqueado de nubes negras, escucho un montón de canciones. Solo escucho canciones, las más tristes que se me puedan ocurrir.
Un profesor me lo dijo una vez en una entrevista: cuando necesites ayuda, pensá en esa persona que ya no está, que no está, digamos, en un plano cuántico, pensá y pedile y vas a ver que surge una solución. No sé si se soluciona todo, pero sí que tiene un efecto allá en el fondo. Recostás tu cara en el recuerdo como en una parte de su cuerpo, la palma de su mano quizá y dejás que se vaya todo, que se vaya y que la noche comience a sonar adentro con todos los grillos del verano.
Algo así, de lo que me dijo Pablo, le repito a mi hija cuando pregunta por la muerte: como las aspas de un ventilador, Male, cuando las dejás de ver. Pasa eso, el aire se siente ¿o no? pero las aspas ya no se ven. No se ven, pero queda el viento.
No he tenido un maestro, sino decenas. Maestros de una baldosa, de un renglón, de una jugada. Maestros que no supieron de su lugar en mi aula, pero que dejaron ahí su receta, su impresión, una idea de la calma, una brizna de alegría invencible, una sensación de tibieza. Y, sobre todas las cosas, estás vos acá conmigo y sé que en algún momento, si escucho, si presto atención, vas a descongelar el cielo detenido para que planeen las palomas y mayo será una circunstancia del otoño dorado y el recuerdo de la panadería que estaba a la vuelta de mi casa y tenía un sol pintado en la vidriera.
Julián Stoppello de la Redacción de Entre Ríos Ahora
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