Víctor Bugge: “La foto oficialista roza con lo indigno en la información”
Víctor Bugge con su primera cámara, una Rollei formato 6 x 6Martín Lucesole
Vida y anécdotas del fotógrafo, ahora retirado, que acompañó con su cámara a líderes de la Argentina.
Durante 47 años, la historia oficial pasó por dentro de las cámaras que empuñó Víctor Bugge en la Casa Rosada. Retrató a presidentes desde Jorge Rafael Videla a Javier Milei. Incansablemente, cada día se acopló a los ritmos tan particulares y distintos de cada administración gubernamental. Desde la dictadura hasta la democracia. Vio golpes de palacio (como la salida intempestiva del general Roberto Eduardo Viola, reemplazado sorpresivamente por el general Leopoldo Fortunato Galtieri). Y su cámara lo registró.
Vio la salida anticipada de Raúl Ricardo Alfonsín y la llegada antes de tiempo de Carlos Saúl Menem. Y, nuevamente, hizo clic y capturó esa historia en imágenes. Vio la crisis de diciembre de 2001, con sus disturbios y muertos, y también la semana de locura de varios presidentes. Estaba allí cuando llegó el kirchnerismo y fue testigo visual de sus grandes hitos: el recambio presidencial entre Néstor y Cristina Kirchner, la fiesta del Bicentenario y la muerte del presidente patagónico.
Atrapó con su cámara el bailecito en el balcón de Mauricio Macri, al son de Gilda, y a Alberto Fernández solo le pudo robar unas fotos porque la pandemia no permitió mucho y ese presidente no le tenía gran simpatía. Ya se iba a retirar, pero cuando percibió que el nuevo jefe del Estado iba a ser Javier Milei, decidió quedarse un poco más.

Recientemente dio las hurras y se fue con la satisfacción de la tarea cumplida, la misma que le demandó quedarse días y noches sin volverse a su casa mientras el país se estremecía con el levantamiento militar contra Alfonsín, en la Semana Santa de 1987 o durante las tensiones de diciembre de 2001, que culminaron con la renuncia de Fernando de la Rúa. Para no perderse nada, hasta vivía a dos cuadras de la Plaza de Mayo, en la calle Balcarce, la misma de la entrada principal a la Rosada.
Por la ventana de su oficina, que daba sobre aquel paseo público, vio multitudes diversas: la que llenó la plaza cuando las Fuerzas Armadas desembarcaron en las Islas Malvinas, o la de los entusiastas fans de la Selección, cuando la Argentina ganó en México en el Mundial 86 y el balcón de la Rosada fue de Diego Maradona y del resto de los jugadores; vio la “Plaza del sí”, fogoneada por el periodista Bernardo Neustadt para Menem, y también la de los cacerolazos de aquella noche del 19 de diciembre de 2001 en que llegaron a la plaza, hubo disturbios y la cosa siguió mucho peor al día siguiente.
Bugge, como cualquier otro argentino, se estremeció de alegría en días felices y tuvo miedo en las jornadas aciagas, pero en cualquiera de las dos circunstancias supo anteponer su misión en la Casa de Gobierno y así nunca le tembló el pulso para inmortalizar esos momentos.

Era el fotógrafo oficial de la Casa Rosada, pero no se conformó con hacer su trabajo burocráticamente, con planos aburridos y repetidos. Bugge aplicó la mejor escuela de los reporteros gráficos para hacer vibrar cada una de sus tomas y para ponerle emoción a la infinidad de testimonios visuales que dejó cuando la historia le pasó por delante.
–¿Cuándo fue tu primer contacto con la fotografía y cuándo definiste la vocación por la foto?
–Mi primer contacto fue con un fotógrafo, que fue mi viejo.
–¿Qué hacía tu padre?
–Mi papá fue el reportero gráfico número 15 de la Argentina, fundador de la Asociación de Reporteros Gráficos.
–¿Tenía alguna especialidad?
–Hacía fotoperiodismo, primero en Crítica, entre 1945 y 1955; después para el diario LA NACION. Me crié entre las cubetas y las ampliadoras que se armaban en la cocina de mi casa porque él les copiaba fotos ampliadas a jugadores de fútbol. O sea que mi contacto con la fotografía fue casi al nacer.

–¿Y cuándo y cuál fue tu primer trabajo?
–Estoy cumpliendo ahora 50 años de aquello. Fue en el Monumental, cuando River vuelve a ser campeón tras 18 años de no lograrlo. Esa fue mi primera actividad rodeado de profesionales impresionantes como don Ricardo Alfieri, Legarreta, Mosteirín. Debuté con una Rollei formato 6 x 6. Es una cámara que para cubrir deportes y para un tipo con poca experiencia como yo te daba posibilidades ciertas. De hecho, tuve algunos aciertos en las fotos que hice durante los festejos. Sí se publicó algo no me acuerdo, pero las fotos salieron bien. Colaboraba entonces con LA NACION y después comencé en la Editorial Atlántida. Ahí había grandes fotógrafos y me entusiasmaba mucho el formato de laburo en la calle, de ir a hacer seguimientos. ¡Lo que era trabajar en El Gráfico en aquella época! Imaginate que los fotógrafos estaban catalogados con cinco estrellas, cuatro, tres, dos, una y yo era el cero. No existía. Pero me fue bien de movida.
–Y en la Casa Rosada, ¿a partir de cuándo?
-Yo iba a entrar en la época de Perón, en el 74, pero muere el general y con Isabel y con López Rega cambia todo y se demoran los papeles. Yo estaba en el Ministerio de Economía como cadete. Y en el año 78 se produce mi pase a Casa de Gobierno. Tuve la bendición, por decirlo de alguna manera, de don Juan Di Sandro, que te podría asegurar que estamos hablando del padre de la fotografía argentina.

–¿Algún parentesco con Roberto Di Sandro, el veterano cronista que empezó en la primera época de Perón?
–Era el tío. Él me decía: “Vos lo único que tenés que ser es como tu papá”.
–¿Y cuándo empezaste a ser “exclusivo” de la Casa de Gobierno?
–De movida no me siento cómodo en Gobierno y me pido seis meses de licencia sin goce de haberes y me voy de lleno a trabajar a la Editorial Atlántida. En esos seis meses descubro que había fotógrafos que se destacaban en cada actividad: en deporte, fulano; en moda, en boxeo, en automovilismo. Me dije que tenía que hacer eso: buscarme una especialidad y dedicarme a la fotografía política.
–No parecía una época muy propicia para eso. El presidente era Jorge Rafael Videla. ¿Te daban alguna pauta de qué podías hacer y qué no?
–Hasta que me fui recientemente, ninguna. Y cuando intentaron hacerlo, me quedé en la oficina.

–¿Y en qué época intentaron?
–Por ejemplo, en la época de Macri. Estaban “los innovadores”, esos personajes sin actividad específica que acompañan a algunos presidentes y que se dedican a mirar cosas que no se pueden cambiar, como la palmera del patio de planta baja de la Casa Rosada. Lo digo metafóricamente.
–¿Fue peor ese período que el actual? ¿Se metió con tu trabajo, por ejemplo, Santiago Oría, el documentalista personal del presidente Javier Milei?
–No, no tuve relación con él.
–¿Pero llegaste a cubrir algo de la actual gestión?
–Sí, pero poco porque el Presidente desarrolla más actividad en Olivos que en Casa Rosada. Además, porque tiene una actividad distinta a la de los otros presidentes que llevaban una agenda pública.
–Volvamos a la época de los militares. ¿Qué pasaba con tus fotos?
–Me acuerdo que hice una de Videla en la soledad del despacho presidencial, de espalda, mirando por la ventana hacia Paseo Colón. Tuve dos intentos: primero con la Rollei, que no hacía ruido cuando sacabas la foto y después con una Nikon que me acababan de traer de afuera. Era una toma arriesgada para la época.
–¿Y qué pasó con esa foto?
–Era mi primer desafío, así que consideré que tenía que guardármela para mí. Era como un regalo que yo me había hecho. Mucho después se publicó. Igual no pasaba que me dijeran: “Guarda, pibe, no hagas esto”. No hacía falta que me dijeran eso.
–¿De qué te dabas cuenta solo?
–De que hay que saber frenar y dónde dar la vuelta. Porque frenar no quiere decir retroceder. Hay que ser un poco invisible si te dedicás a ser fotógrafo.
–Una cosa es el registro de la noticia, pero ¿cuál sería tu sello personal?
–La desestructuración del personaje.
–¿Cómo sería eso?
–Sacarlo de la formalidad de la investidura. La foto oficialista no es mi formato. La foto oficial, sí. Hay una diferencia muy grande.
–¿Cuál es?
–La foto oficialista roza con lo indigno en la información. ¿En qué sentido? Cuando está muy preparado y tan posado. No estoy para eso y lo dice mi laburo. No fui de pedirle fotos a un presidente. A Cristina, sí, una vez porque era la primera presidenta elegida por el voto directo, ya que Isabel también lo fue, pero como vice y heredera tras la muerte de Perón. Así que preparé las luces y el paraguas y pum, le hice la foto en el sillón. Pero fue una excepción. No soy de pedir mucho porque si vos pedís, lo preparás. Se pierde la espontaneidad, ¿no? La magia es que vos encuentres el porqué y qué hay detrás, pero que el otro siga con su vida sin interrumpirlo. Ahí lográs la pulsión de la espontaneidad, no algo armado. Y no deja de ser un registro histórico, que es lo que también buscamos.

–¿Vos también hacías la foto oficial del presidente, esa que cuelgan en distintas dependencias del Estado?
–Ah, sí, sí, todas las fotos oficiales, menos la de Macri y la de Milei.
–Fuera de ese registro formal, buscar el personaje, sacarlo, desestructurarlo tiene su riesgo para un presidente, ¿no?
–Entre el trabajo que hace la luz y lo que viste del personaje aparece “algo”. Es la idea.
–¿Nunca una indicación, nada?
–Si yo tengo que mostrar cada foto que hago me voy. Y siempre me fue bien. Cuando viene Juan Pablo II por la Guerra de las Malvinas, en el Salón Blanco nos hicieron poner de costado a los fotógrafos, pero cuando el Papa venía avanzando, yo me fui atrás de las espaldas de los comandantes y se me vino al humo uno a decirme: “La próxima vez que se ponga atrás de los comandantes se retira de acá”. Al tipo le pareció que nadie podía ubicarse en ese lugar. Otra: en plena guerra lo veo a Galtieri rezando en la capilla de la Casa de Gobierno. ¿Cómo me iba a perder esa foto?
–Daría la impresión que había más libertad de movimiento y menos zonas restringidas que ahora en la Casa de Gobierno.
–Lo que pasa es que hay que saber moverse.

–Te he visto trabajar en situaciones complejas y tenés una manera de moverte yo diría que hasta felina, sinuosa y rápida, pero que, al mismo tiempo, no se note mucho, para buscar el lugar ideal desde donde hacer “clic”.
–Creo que cualquier colega que esté en mi lugar haría lo mismo. Los pasillos de la Rosada son peligrosos. Hay que descubrirlos. No es el peligro de los pasillos de los barrios inseguros. Es otro tipo de peligros. Y bueno, hay que saberlos caminar. Hay que moverse rápido, pero sin hacer olas.
–¿Cómo lograr “la foto” esa que nadie tiene, la que pasará a la historia?
–Hay que estar alerta y a la pesca de esos momentos únicos. Por ejemplo, el día que Menem firma el indulto, el registro era el anuncio, la firma. Pero a Menem se le cae un mechón de pelo sobre la frente y tiene un faso en la boca. Esa es la foto.
–¿Es más instintivo que ideológico y estar siempre alerta a la oportunidad, ¿no?
–Puede haber una mezcla de todo. Imaginate el estado de ánimo. No era un día menor. Yo no suelo ponerle título a las fotos porque me parece un espanto, pero esa foto sí lo tuvo: “El pucho del indulto”.

–¿Trabajabas más para el público y no tanto para tu patrón que era el Estado argentino?
–Mi oficina daba a la Plaza de Mayo, la ventana desde la cual fotografié un montón de acontecimientos que conmovieron o hicieron feliz a la Argentina. Y siempre que me asomaba a la ventana para mirar la plaza sentí que tenía que trabajar para la gente que estaba ahí afuera. Siempre sentí eso. No que tenía que laburar para el gobierno, sino que tenía que informar lo que hacía el gobierno. Mi misión fue informar y por suerte siempre pude mantener eso.
–¿Cómo era tu rutina laboral? Aunque me imagino que por la actividad gubernamental no tiene horario.
–Mi vida pasó ahí adentro. Nunca cumplí horario. Llegué a estar ocho días durmiendo en Casa Rosada.
–¿Te tirabas en un sofá?
–En un colchón, que todavía tengo que ir a buscar, que tiraba en el piso, como cuando fue el planteo militar a Alfonsín en Semana Santa del 87. O aquellos otros días tensos de diciembre de 2001.
–¿Algún período en particular te resultó más interesante de cubrir que otros?
–Si te quedás con uno fracasás. Para mí fueron todos interesantes porque los tenía que descubrir. Alfonsín genera una situación; Menem, otra, y así De la Rúa, Duhalde, Néstor Kirchner, Cristina. Son distintas formas y vos te tenés que meter dentro del personaje para sacarlo y mostrarlo lo más parecidos posible a lo que son.

–Me acuerdo ahora de una foto que le hacés desde arriba a Cristina Kirchner junto al ataúd de su marido, una imagen muy particular que hasta parece tener movimiento. Contame un poco el backstage de esa foto.
–Al caminar, parece que le falta una pierna porque solo se ve una. En el lunfardo, cuando se te va alguien querido, se dice que perdiste una pierna. No tenía mucho tiempo para hacerla así que bajé el dedo y disparé. Otra foto que hizo historia fue la de Alfonsín y Menem de espaldas, caminando por los jardines de Olivos en la transición de un gobierno a otro, en 1989. Son los cuerpos que hablan.
–Las cosas suceden de un momento para otro, a veces hasta de manera inesperada. Siempre tenés que estar atento y con reflejos para reaccionar. No hay mucho tiempo para pensar.
–Pero vos ya conocés el microclima. Sabés por dónde puede venir la mano. ¿Cómo fue tu relación personal con los presidentes?
–Siempre tuve muy buena relación, tanto con los varones como con Cristina.
–Supongo que los militares eran más secotes...
–Videla era un hombre que no hablaba mucho. Viola era más campechano. Galtieri se sintió Perón: fue el único militar del Proceso que tuvo la Plaza de Mayo llena. Y se creyó que era de él.
–¿Alguna foto del poder que te haya emocionado particularmente?
–La emoción es parte de la de la fotografía. Se me viene a la mente una foto cuando Menem va a la tumba de su hijo en el cementerio musulmán. Justo estaban Maradona y Coppola esperándolo. Yo me pongo detrás del hombro de Diego y le digo que me aguante porque yo no quería que Menem me viera que le estaba sacando la foto mientras lloraba ante la tumba de su hijo. Yo estaba excesivamente emocionado mientras tenía a Diego de trípode.
–¿Hubo algún presidente que no quiso que hicieras tu trabajo?
–Sí, Alberto Fernández. ¿Por qué? No lo sé. Me llamó mucho la atención. Pero cuando en la Casa de Gobierno pasan cosas es porque el presidente las acepta. Así que no hay que darle mucha vuelta a eso.
-¿Recibiste alguna explicación?
-No, se la pedí, pero no me la dio. No me dijo nada, no tuvo respuesta.
–Fue un gobierno al que le faltaron muchas respuestas. Y bueno, se perdió tener fotos de él con tu firma...
–Igual yo tengo fotos de Alberto porque era mi laburo por más que pusiera a otra persona. Pero me hice tanta malasangre que me generó un problema grave de salud, por suerte ya superado.
–Llegamos al presidente actual. ¿Qué onda con Javier Milei?
–Lo que pasa es que cuando me doy cuenta que Milei iba a ganar las elecciones, como lo percibimos muchos argentinos, yo que ya me pensaba retirar, decidí quedarme unos meses más. Así que estuve un año y medio de este gobierno. Pero ya está y por suerte me retiro muy bien, reconocido, porque cumplí. Estoy recontento con eso. Cuando Milei me ve me abraza.
–¿Alguna foto a destacar con el primer presidente libertario de la Argentina y del mundo?
–Cuando yo veo que Milei gana las elecciones, esa misma noche a mí me nace la foto del león.
–¿Qué león?
–En el Salón Blanco de la Casa de Gobierno hay un león que es hermoso, debajo del busto de la República, que es una maravilla. Y yo dije: “Esta es la foto”. Estuve como veintipico de días esperando la oportunidad y al final la hicimos.
–¿Y qué pasa ahora, cuando se termina todo eso?
–Fueron unos cuantos años del 78 al 2025. Se termina una rutina, una forma de laburar. ¿Te soy sincero? Estoy contento. Estoy tranquilo. Cumplí con mi papá, conmigo. Pero no está en mi naturaleza, en mi fibra decir: “Bueno, me quedo en una hamaca, voy a darle de comer a las palomas”.
–¿Hijos, nietos?
–Cuatro hijos y cuatro nietos.
-¿Hay fotógrafos en esas generaciones que siguen?
–Todos saben sacar fotos, pero bien, ¿eh? Mi hijo trabajó a mi lado, pero decidió irse conmigo. Está dedicado a la gastronomía.
–¿Y que estás planeando para adelante?
–Ahora me estoy reencontrando, primero conmigo y después con mi fotografía. Y veo que tengo un material que lo estoy trabajando para que quede en la memoria y en el recuerdo. Estoy decidiendo. Somos un país en el que no estamos acostumbrados a cuidar las cosas y los que lo hicieron fueron víctimas hasta de robos.
–¿Con qué nos vas a sorprender?
-Tengo un muy buen trabajo del Papa Francisco, excelente, material impresionante. Estuve quince días en el Vaticano trabajando y fui uno más de ellos porque así me lo hicieron sentir. Tuve los privilegios de fotografiar a Juan Pablo II, que ya es un santo, y a Francisco, que seguramente lo va a ser. Tengo fotografiado a Maradona. A Charly García, pero no como convencionalmente se lo fotografía, sino por pedido de él. Y así, varios más.
–Hoy con los celulares todo el mundo saca fotos. Pero el reportero gráfico profesional le pone algo más. ¿Qué es lo que le agrega?
–A mí no me genera ningún conflicto y estoy contento de que miles de millones de personas saquen fotos. Pero hay un tema que no lo vamos a poder superar y que cada vez va a ser peor si da todo igual. Una cosa es la foto al paso, sin obligación de calidad ni técnica y otra muy distinta es la imagen que busca y piensa el fotógrafo profesional con su mirada, que le pone intención y sello personal. Hay que ver cómo termina definiéndose el tema de la fotografía periodística, pero me parece que nos ganó el celular.
–Y eso, ¿qué tiene de bueno y de malo?
–De bueno, que la gente está por todos lados y te cubre todo. Creo que es lo mejor que nos pudo pasar. Lo malo quizás es esa mirada que es distinta, casual, desprolija. No está el encuadre ni la intención que jerarquiza la imagen y que te hace temblar. Veo al reportero gráfico en una situación compleja, también desde lo económico.
-¿Qué disfrutás, no ya como fotógrafo, sino como público cuando ves fotos de otros? ¿Qué imágenes te llaman la atención?
–A mí la fotografía me llama. Cualquier foto me genera algo.
–¿Qué le dirías a un pibe o una piba que está por empezar?
–Lo primero que debe saber es que va a tener fracasos. La recomendación es que siga fracasando, que en algún momento va a aparecer la foto. Fracaso en el sentido de que lo que ve es una cosa que no le gusta o que no le dice nada. Ahí tiene que seguir y seguir hasta encontrar que lo que hizo, lo conmovió y lo hizo temblar.
–Cuando vas caminando por la calle, ¿tenés la deformación profesional de ver una foto en cada cosa que te cruzás?
–Yo soy como una cámara caminando, encuadrando todo el tiempo. Es una enfermedad.
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