El Papa y el hombre

ESCRIBE ALFREDO LEUCO (24/1/2018)

Quiero creer que dentro de la investidura del Papa conviven dos personas. Por un lado el señor Jorge Bergoglio y por el otro, Francisco, el santo padre. Ambos tienen la misma formación y origen intelectual, pero cada uno, responde a una pasión diferente aunque habiten dentro de un cuerpo que es indivisible.
Por un lado está el señor Bergoglio, que en su juventud soñaba con ser Perón, formateado en la forja ortodoxa y rígidamente justicialista de Guardia de Hierro.
Por el otro lado está Francisco, el Sumo Pontífice, educado en la excelencia y el sacrificio de los jesuitas que soñaba con llegar a Papa para honrar mejor al Dios de los pobres.
Por eso digo que si el Papa fuera candidato a presidente del Planeta, yo lo votaría. Por su preocupación permanente por los que más sufren más necesitan, por los refugiados y los perseguidos del mundo. Por su inagotable vocación de apostar a la convivencia inter religiosa y a la paz en el mundo y por su combate contra los corruptos de la banca vaticana y los abusadores sexuales que ensuciaron a la iglesia. Ese es el hombre religioso, espiritual, absolutamente incuestionable por lo menos para mí que no soy un experto en las cuestiones no terrenales.
De la misma forma digo que si el señor Bergoglio fuera candidato a presidente en la Argentina, no lo votaría. Porque tiene todos los vicios de la corporación peronista. Apuesta al verticalismo poco cuestionador, protege o por lo menos no condena ni aparta de sus fotos a corruptos hechos y derechos como Omar “El Caballo” Suárez y Milagro Sala. Además, el señor Bergloglio camina a la par de populistas jurásicos y resentidos como Juan Grabois, Hebe Bonafini y siguen las firmas. Como si esto fuera poco, tiene un proyecto economico setentista que condena a los empresarios aunque sean decentes y fuente de progreso.
Esto que trato de describir con respeto pero con una mirada crítica y sin autocensurarme, me parece que explica muchos de los conflictos que se han presentado con el Papa y su relación con Argentina y los argentinos.
Está claro que al señor Bergoglio no le gustó que ganara Mauricio Macri acá ni Sebastián Piñera en Chile. Tiene cierta lógica. Lo que no se puede comprender bajo ningún punto de vista es que haya creído que si ganaba Daniel Scioli las cosas hubieran sido mejor para los pobres. Hubiera sido un caos absoluto y un descalabro para un peronismo que es responsable con Menem y los Kirchner del 30% de la pobreza y de la falta de productividad y de inversión en nuestro país.
Estoy convencido de que Bergoglio ayudó a que ganara María Eugenia Vidal a quien quiere y respeta. Y que colaboró para hundir a Aníbal Fernández a quien sataniza y lo vincula con el narcotráfico y la violencia.
Muchas veces el necesario ecumenismo y prudencia de Francisco se deja ganar por el ADN del sectarismo del señor Bergoglio. Y mueve las piezas de los gestos con tolerancia cero hacia el presidente Macri y excesiva comprensión y apoyo a los que lo combaten en todas sus formas. Es la única forma de comprender esas señales nefastas de celebrar y bendecir a corruptos comprobados o patoteros ideológicos como el Caballo Suárez, Milagro Sala, Hebe de Bonafini, Guillermo Moreno o Juan Grabois. Lo de Chile fue el colmo: recibió como una excepción a Grabois para lo que tuvo que demorar su agenda protocolar, pero no se hizo tiempo para darle la mano al embajador argentino, José Octavio Bordón, ejemplo de un peronista de origen al que podría calificarse actualmente como un social cristiano respetable y respetado, sin una sola mácula en la foja de servicios de su ética.
Le recuerdo que Grabois dijo que Macri tiene un vicio que es la violencia y sus posturas públicas y aliados, siempre están más cerca de Cristina y el chavismo aunque proclame su independencia partidaria. De hecho apoya a Milagro Sala y la defiende sin reparar en sus actitudes extorsivas, mafiosas, corruptas y de gran violencia de género sobre humildes mujeres jujeñas. De hecho ignora e intenta minimizar la gravedad de la acción de los anarquistas y extremistas que se escudan en el pueblo Mapuche para cometer todo tipo de atentados. Y esto en Chile quedó como una gran contradicción. El Papa fue repudiado por los sectores más sectarios y agresivos de los mapuches, quemaron iglesias y helicópteros en contra del Papa. Francisco fue muy claro en su rechazo absoluto a toda forma de violencia.
Pero Grabois dice que en Argentina eso no existe pese a que claramente es un problema y encima, banca a Jones Huala el delincuente al que pronto extraditarán de nuestro país porque lo requiere la justicia chilena de Bachellet, no la de Sebastián Piñera.
Yo sé que el Papa respeta y valora a los dirigentes de Cambiemos que le ponen el cuerpo a la lucha contra la pobreza desde que militaban en los grupos católicos de base. Hablo de María Eugenia Vidal, Gabriela Michetti, Carolina Stanley y Esteban Bullrich entre otros. Ninguno de ellos aprovecha esos encuentros para chapear con la foto y hacer política. Sin embargo el Papa no teme ser usado por Cristina, el Cuervo Larroque o el mismísimo Carlos Menem.
Lo único que me preocupa es que la Iglesia argentina, hoy copada en su dirigencia por la línea de Bergoglio empieza a utilizar algunos mecanismos oscurantistas como culpabilizar a los medios de comunicación de una presunta campaña contra el Santo Padre.
Eso no existe. Muchos como en mi caso, registramos una creciente desilusión con varias actitudes del Papa que católicos y creyentes convencidos y gente que ama al Papa no se puede explicar. Por ejemplo, que no haya venido a la Argentina y que con una frialdad pinguina haya enviado un telegrama escrito en inglés, protocolar hasta la exasperación y carente de afecto.
Y el debate público refleja esta realidad. Es cierto, como dice Julio Bárbaro, que el Papa es la personalidad mundial más respetada, admirada y con mejor imagen. Y que eso lo tenemos que valorar históricamente como compatriotas. Pero en Argentina, metió la cola el señor Bergoglio y sus manejos políticos y eso irrita a mucha gente. Ambas cosas son ciertas. Sería maravilloso que el Papa imaginara y protagonizara algún acontecimiento de acercamiento y diálogo entre los argentinos. Que fijara una línea de comportamiento para extirpar el cáncer del odio y sembrar nuevamente el amor fraternal entre todos los habitantes del suelo patrio. Yo sé que no es fácil. Es casi un milagro y por eso se lo pido al Papa. Y que el señor Bergoglio comprenda que no es bueno para el Papa Francisco que se pare de un lado de la grieta y se coloque una de las camisetas. El Papa, por definición, es de todos los creyentes. De todas las ideologías. Es Pontífice, como su nombre lo indica, porque es un puente de acercamiento para promover la convivencia pacífica y la lucha contra las injusticias.
El señor Jorge Bergoglio quisiera venir a la Argentina para ayudar a la reconstrucción del peronismo del futuro que apueste a la justicia social, al trabajo y el techo para todos y que abandone, de una vez por todas, su impronta autoritaria y expulse del templo a los mercaderes de la corrupción.
Pero el Papa Francisco no quiere venir a la Argentina porque teme que esa grieta que instaló Cristina, este odio diseminado por las venas abiertas de la Argentina, se traslade a una pelea feroz entre hermanos con su figura como botín de guerra.
Tal vez es una expresión de deseo. Tal vez estoy equivocado. Pero quiero creer que dentro de la investidura papal conviven el señor Bergoglio y Francisco y que eso nos ayuda a entender muchas contradicciones.
Al Papa le tengo respeto y admiración. Y me inclino ante su tarea titánica en favor de los que menos tienen y de la paz universal. A Bergoglio lo critico desde la política porque él se mete en la política. Pongo el grito en el cielo.
Rezo por el Papa aunque no sepa rezar. Ruego que su mirada planetaria no se achique en las internas partidarias.
Que el Papa sea Papa. Eso lo pone por encima de todos. Que el Papa no sea un militante político. Eso lo hace bajar al barro.
Esa es mi gran ilusión. Por el bien de todos. Y el mal de ninguno.

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