“Como los abdominales, la mirada es un músculo que se entrena”

Leila Guerriero inauguró el ciclo “Diálogo de escritoras y escritores de Argentina” en la Feria del Libro: de sus inicios a los consejos para cronistas.

EFE ENRIQUE GARCÍA MEDINA
Cronista. Guerriero publicó decenas de artículos periodísticos en los más importantes medios del mundo.

La fila ya era larga una hora antes. Y siguió siendo larga, cuando apenas faltaban unos minutos para las 18 y la máxima cronista en habla hispana, Leila Guerriero, avanzó por el pasillo que dibujaban las 180 sillas de la sala Victoria Ocampo de la 48º Feria del Libro, que resultaron pocas para los (muchos más de) 200 asistentes a la apertura del ciclo Diálogo de escritoras y escritores de Argentina, que la tenía como única protagonista.

El miércoles, Guerriero dialogó con la periodista Verónica Abdala, coordinadora del ciclo, que señaló que esa sala atiborrada evidenciaba que la autora de Frutos extraños (Alfaguara) “representa a un género, el periodismo narrativo, a la crónica o novela de no ficción, como quieran llamarlo, que termina por imponerse en la Feria del Libro”.

“Sus libros producen conmoción –agregó Abdala–. Una sensibilidad notable para reconocer el potencial narrativo de algunas historias que pasan desapercibidas. Y después, su prosa despojada que carece de accesorios y adornos, muy bella y poética al mismo tiempo”.

Y la interrogó: “¿Qué es la mirada para vos?”. Guerriero respondió: “Es, de alguna manera, dónde ponés la cámara. O sea, dónde vas a poner tu punto de vista, y ojalá no sea siempre en el mismo lugar. La mirada es como los abdominales, un músculo que se entrena”.

Recordó que sus primeros pasos en el periodismo, en 1992 o 1993, no tenían para ella el antecedente de una carrera ad hoc: “Me hice periodista en las redacciones, cosa que ya lamentablemente parece muy poco probable”, agregó. Y recordó a sus editores en la revista Página/30 que, para escribir su primera nota sobre el caos de tránsito en la ciudad, la alentaron a leer la novela Crash, del inglés J. G. Ballard. “No me sirvió de nada para la nota, pero me abrió un mundo ese editor que me decía que tenía que mirar más allá de lo evidente”, dijo.

En aquellos primeros años, consideró, su mirada estaba “mucho menos equipada”, porque “aunque fuera una persona que leía mucho y había ido mucho al cine, se fue equipando de a poco”. Y puntualizó: “El principal motor de aquel tiempo era evitar la candidez, no ir a la realidad mirando cosas obvias. Eso lleva tiempo”.

En los últimos 30 años, Guerriero publicó decenas de crónicas y perfiles en los más importantes medios de comunicación del mundo, además de libros que son material de estudio de generaciones de periodistas en las universidades y escuelas de periodismo.

Infaltables en esa lista son las crónicas Los suicidas del fin del mundo, Frutos extraños y La otra guerra; los perfiles Una historia sencilla, Opus Gelber y su reciente La llamada; además de las antologías de sus artículos Zona de obras y Teoría de la gravedad.

Cuando lee sus trabajos iniciales, contó, “pienso: ‘pobres mis editores, y benditos sean porque los publicaron’. Si uno no se equivoca en público, nunca da el siguiente paso. Me alegro de que me hayan publicado cosas que no estaban mal, pero que no volvería a escribir de esa manera. En aquellos años tenía una mirada complaciente con gente a la que admiraba mucho”.

En ese sentido, valoró la curiosidad por las personas o las historias que elige: “Estoy muy poco interesada en mí, salvo cuando voy al analista, y muy interesada en muchas cosas de mucha gente”. Y contó una escena tan divertida como real: está en Uruguay trabajando y en medio de la calle cruza a una pareja que discute de manera feroz con un mapa en la mano. “Entonces, hice todo tipo de malabares para enterarme de qué era lo que estaban diciendo. Pasaba hacia un lado, pasaba hacia el otro, me hacía la estúpida, miraba el reloj y me iba quedando sin excusas”.

Esa curiosidad, que aplica a ventanas abiertas en las que se demora pero también, dijo, curiosidades “más interesantes” explica que sea para ella estimulante “pasar horas delante de una persona tratando de entender cómo funciona su mundo. En mi vida personal soy resolutiva e impaciente, pero cuando entrevisto a alguien tengo toda la paciencia del universo”.

Abdala le preguntó qué tienen en común sus personajes de perfiles y las historias que cuenta en sus crónicas. “Es difícil saber eso desde adentro. Un día me especializo en un músico clásico y al otro día soy experta en doce casos de suicidio en un pueblo patagónico, un día sé todo sobre venta directa y al siguiente me intereso en japoneses que cultivan orquídeas o en un hombre que quiere ganar el certamen de malambo más importante del país. Todo esto tiene en común algo que es la periferia, y eso habla también de lo que soy. Incluso cuando miro hacia el centro, elijo gente que no encaja del todo”.

Luego de recorrer el centro y los márgenes de la crónica, Guerriero marcó un punto: “Lo que hago es un género, pero ese género no es mejor que los otros. No creo que la crónica sea superadora de la noticia o de la columna o de la corresponsalía de guerra. Son géneros muy distintos. Lo que yo hago es también producto de una inhabilidad. Puedo tener cierta habilidad con la mirada, el trabajo con el lenguaje, conectar dos cosas que parecen desconectadas, la posibilidad de entrar a los textos de una manera que no sea predecible, perturbar, incomodar, producir más la pregunta que la respuesta... pero soy una absoluta inútil si tengo que hacer todo eso rápido. Si todos los periodistas fueran como yo, los diarios cerrarían en dos días, porque soy torpe para leer rápido, soy torpe para escribir. Para una columna que tiene 1934 caracteres, me puedo demorar cinco días cuando no encuentro ‘la musiquita’, como decía Fogwil”.

Antes del final de la charla, Guerriero analizó el estado de situación de los medios. “Los periodistas no deberíamos importarle a nadie”, consideró sobre los conductores que anhelan el mismo protagonismo de sus entrevistados.

Además, contó que ve “padecimiento en muchos colegas, están precarizados desde el punto de vista de los pagos y tiranizados por el click, que los lleva a titular de determinada manera o a posponer la información en una nota para que el lector pase más tiempo scrolleando. Yo odiaba la pirámide invertida (que prioriza los datos en el inicio de la nota) hasta que aparecieron estas cosas”, opinó.

También recordó su infancia en Junín entre bicicleta, maratones de cine y lecturas en una casa con biblioteca bien nutrida y padres (él, ingeniero químico y ella, ama de casa) que alentaron desde siempre su interés por la escritura.

Y antes de los aplausos, contó qué está leyendo: a Jeffrey Kent Eugenides; también Algo pasó, de Joseph Heller, tras haber descubierto Trampa 22. Y que tras la lectura de Matadero cinco, de Kurt Vonnegut, estaba dispuesta a leer toda la obra de ese autor. “Me abrió una puerta a una clase de lectura completamente distinta, el disparate, algo a lo que yo era renuente”.

Invitada por Abdala, Guerriero leyó unos párrafos del artículo Arbitraria, de su libro Zona de obras. “Me gusta leer”, dijo mientras se calzaba los lentes.

“Cuando pregunten, cuando entrevisten, cuando escriban: prodíguense. Después, desaparezcan. Acepten trabajos que estén seguros de no poder hacer, y háganlos bien. Escriban sobre lo que les interesa, escriban sobre lo que ignoran, escriban sobre lo que jamás escribirían. No se quejen. Contemplen la música de las estrellas y de los carteles de neón. Conozcan esta línea de Marosa di Giorgio, uruguaya: ‘Los jazmines eran grandes y brillantes como hechos con huevos y con lágrimas’. Vivan en una ciudad enorme. No se lastimen. Tengan algo para decir. Tengan algo para decir. Tengan algo para decir”. Y ahí, sí, sonaron los aplausos.

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